EL RAPTO DE PROSERPINA
Ceres, la diosa de la agricultura y de la fertilidad, tuvo una hija bella y hermosa con Júpiter, llamada Proserpina. Un día Plutón salió del infierno y al ver a Proserpina se enamoró locamente de ella. Así que la raptó y la llevó consigo al inframundo para casarse con ella.
Ceres, al darse cuenta de la desaparición de su hija, se fue hasta los cuatro confines del mundo para buscarla. Al enterarse de que su hija ya no estaba en la tierra de los vivos sino el reino de las tinieblas con Plutón cayó en depresión. Recluyéndose del mundo se encerró en una solitaria cabaña. Y en la ausencia de la diosa Ceres el mundo sufrió; llegó una sequía que aniquiló todas las cosechas, las semillas no germinaban, las flores se marchitaban y poco a poco toda la vitalidad del mundo se iba drenando.
Júpiter, preocupándose por el estado del mundo intentó convencer a Ceres que saliese de aquella cabaña. Lo cual resultó imposible ya que rehusaba salir de la cabaña hasta que volviese su hija Proserpina. Júpiter, al ver que no quedaba otra se puso en contacto con Plutón para ver si podía traer de vuelta a Proserpina. Al final llegaron a un acuerdo, donde ella pasaría seis meses del año con su madre y pasaría los otros seis meses con Plutón. Pero antes de que Proserpina se marchase Plutón la hizo comer seis semillas de granada, símbolo de fidelidad matrimonial.
Así fue que cada vez que Proserpina volvía con su madre Ceres, la tierra se llenaba de vitalidad y de alegría. Pero cada vez que se marchaba al inframundo la tierra empezaba a morirse y el aire se llenaba de amargura. Este ciclo perpetuo dio lugar a lo que hoy llamamos las estaciones. Siendo primavera y verano cuando madre e hija están juntas y otoño y invierno cuando Proserpina está con Plutón.
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