La línea evolutiva sigue un trazo presuntamente regular cuyo fin es alcanzar un punto posicionado en el espacio hipotético. Este espacio comprende el concepto del todo y el punto ansiado lo representa de una forma aparentemente ridícula.
Consideremos que el punto es mayoría y que la mayoría no puede estar formada por un único concepto. ¿A qué llegamos? A un concepto global formado por una multitud de puntos que tienden a unirse creando la unidad hipotética que da sentido a la gráfica evolutiva.
Un punto es una posición supuestamente fija en un espacio definido y estable. Cada punto establece una posición diferente, un lugar concreto desde el que observar el espacio. ¿Hay en el espacio expuesto una posición superior a otra? Para ello habría que posicionarse respecto a un fin concreto, poco más que un interés posicional dentro de un plano infinito.
Apliquemos estos conceptos a nuestro espacio actual, a todo aquello que representa nuestro espacio hipotético.
Formamos parte de una gráfica representada por una inmensidad de puntos aparentemente iguales (por lo menos semejantes) que sigue un trazo antitéticamente irregular. Esta irregularidad se produce en el instante en el que aparece una posición superior al conjunto, un punto rodeado por semejantes cuyo objetivo será aproximarse posicionalmente al primero. Por tanto, si el primero decide cambiar su concepto, decide cambiar su posición, será el conjunto el que verá su concepto desplazado en torno a una mísera unidad.
Nosotros somos los puntos, formamos parte de nuestro propio espacio, de nuestra propia concepción espacial. Somos un mero trazado. Componemos la realidad, nuestra realidad.
Todos formamos parte de nuestra propia existencia, pero ésta es dominada por unos pocos, unos puntos con una libertad de movimiento espeluznante. Sus movimientos son simples, esta simpleza es apoyada por un conjunto de estructuras endebles que no caen debido al escaso peso del concepto que en ellas se apoya. El líder dirige la estructura, la forma en base a sus deseos, busca y encuentra en ella su propio fin.
Aparecerá, como en cualquier representación, un conjunto de puntos en el espacio que no formarán parte del intervalo. Este intervalo es el que marca la sociedad, el conjunto de las estructuras. El intervalo podrá variar, sí, pero esta variación que recoge la idea de la aceptación se encargará de excluir al conjunto intransigente, no muy grande ni pequeño, simplemente invisible para aquel que no quiere ver más allá del intervalo.
¿Qué pasará con aquel que se aleja del intervalo? ¿Qué pasa con los componentes dispares? Simplemente son rechazados y alejados en el plano, no forman parte de ningún resultado posible, comienzan a formar parte del mundo imaginario, de un mundo invisible para un rebaño que inconscientemente terminará rodeando a un espacio de vacío, construyendo una realidad endeble dirigida por un punto ¿realmente semejante al conjunto?.