Ya ha pasado el primer día del año. Es uno de mis días favoritos. Bueno miento, pues es la noche anterior mi momento favorito. Sin embargo, a veces pienso en las campanadas y me siento una marioneta. Es el momento en el que cerramos un año y abrimos uno nuevo. Los días anteriores, a veces el mes de antes, pensamos en todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos conseguido, las personas que hemos conocido, lo que hemos aprendido y aquello que nos propusimos el año anterior que “por H o por B» se nos olvidó al día o a la semana siguiente. Fin de año es el momento en el que todo el mundo empieza a hacer un balance de lo bueno y lo malo y crea nuevos propósitos. Algunos típicos como perder peso, apuntarse al gimnasio, estudiar a diario, obedecer más a nuestros padres (aunque ese nos lo proponemos en Adviento, Cuaresma, el domingo en misa, cuando nos confesamos y sin embargo en la adolescencia no hay quien lo evite), y otros como aprender a tocar un nuevo instrumento, cocinar, ahorrar…

 

Cualquiera que lea esto pensará que es otro texto más sobre los propósitos de Año Nuevo y cómo el ser humano es incapaz de cumplirlos, pero déjame acabar. A veces me planteo por qué propósitos a principio de año y no empezamos el 2 de diciembre o el 17 de agosto. ¿Hay algún problema? La respuesta es que no. No hay ningún problem, solo que usamos la excusa del “año” para seguir durante el tiempo que queda para que acabe haciendo algo que queremos cambiar. Muchos estudiantes como yo no pueden evitar ponerse una hora para empezar a estudiar (como las 4), y que llegue la hora y de pronto llegue un mensaje que contestemos, tardemos un minuto por lo que ya son las 4:01 y nos neguemos a empezar hasta las 4:15, 4:30, 5 para algunos. Me parece una gran estupidez y aquellos que lo hacen unos estúpidos, yo inclusive.

 

Mi pregunta es, ¿por qué hacemos eso? El tiempo existe, el tiempo pasa, unos lo definen de una forma, otros los viven de un modo, pero algo que tenemos todos en común es que lo medimos. Lo dividimos en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, trimestres, semestres, años, lustros, décadas, siglos, vacaciones…lo medimos. ¿Quién inventó este mecanismo? El hombre. ¿Con qué fin? Para situarnos en la historia a lo mejor, o cobrar más en la factura del teléfono. Les sacamos provecho, pero también lo interpretamos a nuestra manera. En una semana, el lunes vamos a trabajar y el domingo descansamos; en un mes, acabamos de cobrar al principio y estamos a dos velas a fin de mes; en verano, conocemos a nuevas personas y deseamos no tener que despedirnos al final y en un año, hacemos propósitos al comienzo y vemos los pocos que hemos cumplido por haberlos dejado a la mitad o ni siquiera haberlo intentado. Pero os volvemos a hacer cada año. Al final.

Puede que nos propongamos ir al gimnasio, que incluso nos apuntemos, pero que no vayamos y tengamos la tarjeta en la cartera y el equipamiento nuevo en el armario. Vemos la tarjeta dos meses después y en vez de ir decidimos desapuntarnos por ser un gasto innecesario. Llega fin de año, vemos (literalmente) los seis kilos que hemos puesto más los 3 de las comidas de Navidad y te lo propones otra vez. Pasa lo mismo. Año tras año.

 

Esto me hace pensar en dos asuntos. Primero, cuando veas esa tarjeta, esa guitarra, esa hucha, y recuerdes lo que has hecho durantes los últimos meses, coge la tarjeta y ve al gimnasio, coge la guitarra y empieza a tocarla y coge la hucha y echa un billete (para que te duela) y una moneda (para que suene). No te rindas y lo dejes. Si sacas mala nota en un examen, no esperes al curso que viene, sino prepárate el próximo y organízate mejor.

El que mide el tiempo y decide el principio y final de los acontecimientos es el hombre. Pero eres tú, el que está leyendo esto, el que decide el principio y final de los de su vida. No son años lo que pasan, sino tiempo. Lo perdemos esperando una nueva oportunidad en lo que consideramos un principio y un final. Miramos atrás y nos arrepentimos. Pero caemos en la misma piedra una y otra vez. Y es que lo único que importa y que es irremediable es el día que nacemos y el día que morimos. Lo de en medio lo deja Dios en nuestras manos y los desperdiciamos cuando no solo cada año, sino cada mes, cada semana, cada día, cada minuto, cada momento es una oportunidad para empezar de nuevo.

Por anagprat

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